viernes, octubre 03, 2008

Cuento en soledad

Nada podría impedir que el destino se burlara una vez más de él. Sabía que era el títere que todos querían poseer, pues su forma de ser y sus lazos de amistad permitían que lo pasaran a llevar y que todos jugaran con sus sentimientos.
Ya se sentía aburrido de que nada le pasase aún. Ya estaba colmado de que todos tuviesen un poco de diversión y él, sólo él, era el que impulsaba a otros a arriesgarse a lo desconocido. Pero el punto no es que no se arriesgase, sino que nadie le daba la oportunidad de hacerlo, y menos de incitarlo.
Estaba tan aburrido de esas cosas, pues intentaba que todos pudiesen ser felices, con nuevas aventuras y todo lo demás, pero nadie le decía nada, parecía un ente carente de toda sensibilidad humana, un ser que sólo ayuda a los demás sin recibir a cambio lo que cualquiera quisiese.
Un día, muy triste de su destino, caminó por las escaleras que estaban cerca de un gran ventanal y divisó, por última vez a la chica que tan anhelante esperaba. Sabía que lo de ellos era imposible, no tenía el valor suficiente para acercársele y menos para decirle lo que tan guardado tenía. Sólo atinó a guardar en su mente la sonrisa de la chica.
Siguió por las escaleras y se encontró con uno de sus amigos. Le habló un poco y éste le pidió algo de sus tan buenos consejos. Bajaron hasta el tercer piso, pero algo llamó su atención: una chica de dudosa presentación personal lo miraba fijamente, como si él le hubiese hecho algo muy malo.
Le miró de reojo y le preguntó a su amigo si él pensaba lo mismo de esa situación. No le respondió nada y siguió con su problema.
Durante mucho tiempo pensó en ese asunto y las coincidencias que se daban. Sabía que era algo extraño y que esto no era una simple casualidad: intentó explicarse a sí mismo. No llegó a ningún resultado claro.
El día siguiente estaba sentado en una de las bancas de la terraza, y de repente comenzó una leve lluvia. Se sentía tan desgraciado por su mala fortuna.
Salió de allí trémulo, pues el frío le helaba los huesos. Se abrigó con lo que pudo y caminó por los pasillos maldiciendo una y otra vez. La última palabra que salió de sus labios se volvió seca y retumbó por las paredes del solitario espacio. Sabía que estaba solo porque solo nació, solo estaba y solo moriría. Sus amigos eran entes carentes de amistad hacia él, puesto que sólo querían su beneficio y eso no lo incluía. Dio un golpe en la muralla y sintió como si parte de su enojo saliese como una fuente de energía. Maldijo una vez más y esta vez lo dijo en voz alta.
Esta vez alguien oyó su pedida de auxilio.
La chica rara que esa vez le había visto de tal manera salió de su escondite y con una sonrisa medianamente extraña para su propio carácter le miró fijamente a los ojos.
- Sabía que pronto te ibas a dar cuenta… ya somos dos-
Y con un movimiento delicado le tomó la mano y lo guió hacia su escondite.