sábado, octubre 31, 2009

El fin

Con amargura en su garganta, esbozó una sonrisa forzada, gastada y con grandes expectativas de que él se diera cuenta de tal cínico gesto.
Él solo atinó a besarle la frente, y en ese instante cerró los ojos, aspirando todo el fragante perfume de sus cabellos. Luego de esto caminó con paso lento y se aproximó a las puertas del vagón y bajó. Ya allí se quedó mirando mientras el tren seguía su rumbo.
En ese mismo lugar lo había conocido, en ese mismo lugar le decía adiós.
Espero con ansias que en una estación próxima se hubiese bajado para volverlo a ver, pero esa era una realidad difícil de creer.
Comenzó a llorar, se sentía impotente ante la pasividad se sus actos. Se sentía inútil, idiota; quería con toda su alma pensar que era tan solo un sueño.
<>
Un cierto ahogo le vino de pronto. Estaba ahora allí, sola, destruida, perdiéndolo para siempre… Sabía muy bien que toda era su culpa, que por la estupidez humana y la falta de seguridad había arruinado todos lo emocionantes momentos vividos juntos. Él estaba tan lejos ahora… pero aún podía sentir ese aliento tibio, esa voz segura y profunda pronunciando su nombre, como si fuese una súplica anhelante. Se repetía una y otra vez. Se sintió extasiada ante el oleaje relajante de esas ondas sonoras producidas por su voz.
Pareciera que se volvía loca, puesto que su imaginación y sus sentidos la estaban engañando. Se extrañó de todos sus sentidos y eso la hizo despertar. Movió la cabeza y pudo divisar frente a ella el semblante preocupado de él, quien le hablaba con suavidad.
-Karin, ya tengo que irme- Dijo el muchacho, besando de manera afectuosa la chica y oliendo profundamente el olor de sus cabellos.
Esperó un momento y se dio vuelta, mirándola sonriente, demostrando con tal gesto toda la felicidad que sentía. Ella se puso a llorar, no sabía si era una demostración de alegría o la angustia ante la inconsciente pérdida. Él la miró triste, pero la partida debía ser ese día. Se acercó nuevamente, sujetando su mano, y diciendo cuídate, sin perder la sonrisa se su rostro.
Luego se alejó unos pasos, angustiado, intentando parecer convincente. De la nada la muchacha dejó atrás su miedo y con una mano temblorosa rozó sus dedos, intentando detenerlo. Él se quedó de espaldas, manteniendo su mano a la de ella, esperando a que la estación los separara para siempre.
Así le hubiese gustado que las cosas terminaran.