lunes, diciembre 28, 2009

El Sol

Era uno de esos días, largos, agotadores y con muchas cosas sin terminar. Ya sabía muy bien que su vida era rutinaria, que el cansancio aumentaba en cada momento y que todo lo que hacía lo llevaba a un estado de letargo interminable.

Subió al tren, algo dormido, y se sentó en los primeros asientos que pudo encontrar, acomodándose en él para tener un viaje largo viaje hasta su cuidad natal. Estaba realmente somnoliento y con unas ansias grandes de volver a su apacible cama… Oh, cuánto lo deseaba en ese momento. El trabajo había sido agotador y el estudio de las miles de cosas de la oficina le hicieron volverse loco por algunos momentos; no sabía por qué había elegido ese ámbito para trabajar. Tantas opciones y él eligiendo una carrera que le coartaba la poca libertad que tenía.

Ya estando más relajado por el suave vaivén de los carros del tren, comenzó a cerrar los párpados y a pensar en un lugar feliz y relajado. El sueño, poco a poco, lo comenzó a rodear y con un suave desliz acomodó su cabeza en su hombro, perdiendo el poco juicio que le quedaba; ya estaba dormido. Un brusco movimiento lo hizo despertar y, al estar completamente conciente, se dio cuenta de que estaba muy cercano a una señora, la cual le servía de “almohada” en ese preciso instante. Ésta le miró ofendida y, con un gesto medio ambiguo, le llamó la atención y se movió, alejándose de su persona. Con un leve sonrojo se disculpó y observó que era el centro de atención del lugar en donde estaba durmiendo. ¡Se para el tren y me ponen atención a mí! ¿Acaso no se preocuparán por el retrazo de su llegada? Las luces volvieron al vagón y la gente comenzó a murmurar. Por su parte el tren volvía a recorrer su infinito camino. Ya despierto y fuera del centro de atención de la gente, inició la observación del paisaje.

De un momento a otro, el tren paró en seco, desestabilizando a los que iban de pie y haciendo hacer a algunos. Esto produjo un enojo colectivo y el asombro de nuestro protagonista. Pudo ver cómo las personas que estaban en el pasillo se acomodaban y algunas levantaban a las que se habían caído, era una situación molesta. Salió de esa imagen ajena a su persona y observó con éxtasis el paisaje en donde se había detenido el tren. Despoblado, casi virgen, con altas cumbres, verde en todos lados y con un reluciente sol en el cielo, que cubría con rayos poderosos todo el paisaje.

Algo raro pasó, de manera inexplicable, las puertas del vagón se abrieron totalmente y algunas personas salieron, sin razón alguna, a explorar el lugar. Él creyó que era alguna broma o que estaba soñando, pues era bastante descabellado salir de esa manera, ya que, en cualquier momento, partiría el tren dejando a los usuarios en tal paradisíaco lugar. Se quedó sentado, mirando de nuevo el paisaje y evadiendo toda situación que ocurría a su alrededor. Las voces comenzaron a disminuir su volumen y sintió que la masa se iba desplazando poco a poco hacia el exterior. Ya había pasado una hora, y su paciencia se estaba por colmar. Inspirando el puro aire que entraba por las puertas abiertas del vagón, decidió mirar hacia el interior desde su cómodo asiento y se dio cuenta de que estaba solo, salvo por una muchacha que estaba sentada en el suelo y que dormitaba, apoyada en uno de los asientos de por allí. La miró con indiferencia y trató de salir, pero algo dentro de sí le impidió tal operación y con extrema timidez despertó a la muchacha; sabía que esto era muy raro y que no quería estar solo en tal acontecimiento.

Ya despierta, le contó lo sucedido y cuando ya estaba lúcida le preguntó “saldrás”, haciendo que la muchacha asintiera con una leve curiosidad por lo que había acontecido. Se aproximaron a la puerta y se extrañaron por el fuerte resplandor que daba el sol, a pesar de ser invierno y por ser casi las siete de la tarde. “Parece que amanece” murmuró la joven, quien miraba el paisaje con una cierta excitación. “es lo más extraño que me ha pasado…”

Saliendo del vagón y trataron de investigar la causa de la detención del tren, buscando la explicación lógica de todo y a los causantes de aquella situación, pero les extrañó que no hubiese nadie en el aparato ni menos a los que lo manejaba. Todo estaba extrañamente solitario y sin ninguna causa aparente de daño en la estructura. Era como si todo se hubiera dado con una aparente premeditación.

Ya extrañados por tal suceso, miraron el paisaje nuevamente y se asombraron al ver en la parte alta de los cerros a la gente, que caminaba impetuosa hacia la cima. No supieron qué decir ante tal espectáculo. La luminosidad del sol les comenzó a irritar los ojos y con dificultad (y con gran esfuerzo), trataron de observar el cielo, que cada vez se ponía más claro. El sol, que brillaba mucho más, lanzaba destellos inusuales, los cuales producían un fenómeno rarísimo en el cielo; era como si éste traspasara su energía hacia otro cuerpo y gestara una pequeña bola de fuego. Sacando la mirada de este espectáculo, cerraron los ojos al sentir la gran irritación que producía el observarlo directamente. Él terminó por mirarlo y con gran asombro murmuró “qué extraño, hay otro sol”. Ante lo dicho, la joven que lo acompañaba solo atinó a corroborar y con una voz tenue, respondió “es verdad”.

Con cierta sensación de letargo, se movieron de manera dificultosa hacia cualquier parte, como si el efecto del asombro los dejara en una situación enajenada y fuera de control. Merodearon por unos de los senderos de las vías del tren y llegaron, casi por un acto de magia, hacia la ladera de un río, el cual desaparecía entre la sima de dos cerros de mediana altura. Con gran expectación, bajaron apresuradamente, sumergiéndose en las aguas y bebiendo de ella, a pesar de tener un color ambarino. Ya refrescados, se pusieron en las rocas y esperaron a que el sol les secara las ropas, y cuando el proceso se había llevado a cado, siguieron el riachuelo, esperando a llegar a algún destino. Cuando ya había pasado cerca de una hora del trayecto y el sol se hacía más intenso, llegaron a un extraño paisaje, el hilo de agua se enanchaba y se unía con una gran masa de agua, la cual cambió radicalmente su color, acercándose a un marrón. No se detuvieron hasta acercarse mucho más, pero algo andaba mal en todo eso. Un miedo profundo los invadió cuando reconocieron entre las aguas de la laguna a los cuerpos inertes de varias personas que habían viajado con ellos y en especial de la mujer que lo había regañado por su descuido al quedarse dormido. El olor era insoportable y la visión de cuerpos putrefactos los hizo voltearse de inmediato y partir hacia el punto de partida. Cansados por el trayecto y trémulos ante la situación, se quedaron mirando al vagón, esperando alguna señal.

Ya habían pasado cerca de cuatro horas de la apertura de las puertas cuando decidieron entrar al vagón y quedarse a esperar hasta que alguien se dignara a rescatarlos, pero algo inusual los sacó de ese momento de letargo, un golpe seco se sintió en el techo del vagón. Eso los hizo levantarse de inmediato a intentar ver a exterior, pero algo los hizo detenerse; no se sintieron uno, dos ni tres golpes sucesivos, sino miles que deformaban el techo, pero la idea del colapso absoluto de éste no era el único tema que los preocupaba; la sucesiva lluvia de “algo” los mantenía atónitos mirándose entre sí y apartándose de las ventanas y puertas, esquivaron toda visión que los pudieran mantener más nerviosos de lo normal. La detención, la salida progresiva, el sol fuerte en invierno, el pequeño fulgor cercano a al sol, la gente putrefacta en la laguna y ahora esto… los dos cuerpos temblorosos se levantaron de manera pausada y con cierto desconsuelo fijaron la vista en el techo destruido y sangrante. Sus mentes colapsaron… no querían, pero un acto casi reflejo les hizo levantarse completamente y fijarse en su alrededor. Un lugar casi infernal los acompañaba; partes de cuerpos sangrantes, reventados por el impacto desde lo alto, esparcidos y mezclados en el piso… lo alto… ¿Lo alto? Se preguntaron de inmediato con una voz trémula y casi inaudible Ahora el espectáculo que le daba la naturaleza no era lo que los mantenía inquietos, ni la mezcla de miles de cadáveres. Ahora a lo que más le temían era al cielo. El cielo… dijeron en un murmullo, como si todo lo que hicieran fuera visto por un tercero, por alguien que ansiaba sus muertes.

Descolocados ante el hecho, se acercaron a la puerta y, con dificultad al pasar entre los cuerpos, bajaron con las manos entrecruzadas y acercaron su mirada hacia un punto en el cielo. Ya no veían al sol y un pequeño punto relampagueante, sino que ahora se “dejaba ver” una esfera de magnánimas dimensiones que ocupaba cada vez más espacio en el cielo y, por lo visto, su superficie se enanchaba cada vez más. Angustiadas y con un ataque de histeria, la muchacha soltó la mano del hombre y se perdió en el paisaje. Ya no volverás viva… y tratando de mantener la calma, pese a su continuo temblor, se acercó al vagón con dificultad y se sentó entre las sillas que habían ocupado minutos antes. Ya aceptado su destino, esperó el funesto final. Lloró continuamente y con una amargura tremenda pensó en lo poco que había vivido… ni siquiera había formado una familia y menos había intentado formarla…Sus miembros comenzaron a temblar y, cada vez, su desesperación se acrecentaba, con rabia ante el hecho cerró su puño y lo mordió con fuerza sintiendo un gran ardor en las mejillas, ya nada le hacía efecto, menos el gran impacto que le ocasionó un choque potente hacia una de las paredes del vagón. Antes de que se diera cuenta de todo ello, su mente había quedado en una profunda oscuridad…


Un brusco movimiento lo hizo despertar y, en ese momento, se dio cuenta de que estaba apoyado durmiendo en el hombro de una señora, la cual lo miraba despectivamente, pero antes de que pudiera articular cualquier palabra, se disculpó de inmediato. Vio a su alrededor, verificando que nada malo ocurriese. Todo en orden, nada de tu sueño está en este mundo… ya calmado y, con una gran confianza, se apoyó nuevamente en hombro de la robusta mujer y cerró los ojos. Pero algo hizo que perdiera la calma, el tren paró en seco en un lugar despoblado. Angustiado miró por la ventana y divisó que la luminosidad era diferente… parecía que amanecía en un día de verano… pero lo peor estaba por empezar, las puertas se abrieron y la gente, con un cierto enajenamiento, se levantaron de sus asientos, saliendo repentinamente del vagón.